Sin árboles, parques ni áreas verdes las ciudades podrían aumentar hasta 8 °C su temperatura y perder las condiciones básicas para caminar, convivir y respirar aire limpio.
Ricardo Amador/NORO
La ONU-Habitat, agencia de las Naciones Unidas especializada en desarrollo urbano sostenible, sostiene que el acceso equitativo a los espacios verdes es un componente esencial del derecho a la ciudad.
En sus indicadores globales sobre espacio público, el organismo recomienda que todas las personas vivan a una distancia caminable, idealmente no mayor a 300 metros o cinco minutos a pie, de un área verde pública y de calidad.

Este estándar no se plantea solo en términos ambientales, sino como un factor de salud física, bienestar mental y cohesión social: un entorno con árboles y parques cercanos fomenta la actividad cotidiana, reduce el estrés y mejora la calidad del aire.
En Hermosillo, caminar unos metros bajo el sol puede sentirse muy intenso. Para Sergio Müller, director de proyectos de Caminante del Desierto, este escenario no es una exageración, es la consecuencia de haber desplazado la naturaleza del espacio urbano.

“Ahorita en este momento Hermosillo es una ciudad muy, muy caliente”, advierte.
La falta de árboles, de parques accesibles y de infraestructura verde está moldeando una ciudad “habitable, pero no caminable”, donde el automóvil se impone y la vida al aire libre se vuelve un lujo. La pregunta que surge es qué pasa cuando una ciudad se queda sin áreas verdes.
El déficit de áreas verdes en las ciudades
Para Lupita Peñúñuri, arquitecta y urbanista sonorense, líder RPS Sociedad Creativa, el problema no es solo la cantidad de parques, sino su distribución.
El programa urbano que coordinó Peñuñuri arrojó el dato de que en Hermosillo una persona encuentra un área verde a 800 metros, más de la mitad del estándar que sugiere la ONU-Hábitat.

Pero más allá de las cifras, Peñúñuri insiste en la equidad: “Lo más importante es que todo el mundo tenga acceso a una distancia caminable de áreas verdes”.
Hoy, explica, muchas colonias nuevas están priorizando los parques y jardines internos en fraccionamientos cerrados, pero que son inaccesibles para las personas que no viven ahí. Tienen un impacto positivo para el medioambiente, pero no en realación directa a su uso.
Hermosillo arrastra además una idea equivocada: que su condición desértica impide tener vegetación. Peñúñuri la desmiente: “Hicimos una paleta vegetal para Hermosillo con más de 200 especies que prácticamente no requieren riego”.
Con flora local y sistemas de captación pluvial, afirma que
“Hermosillo no tiene por qué renunciar a ser una ciudad verde. Simplemente hay que hacerlo de manera inteligente”.
La especialista también impulsó el Manual de Lineamientos de Infraestructura Verde, el primero en México con norma técnica obligatoria.

Esta exige que incluso los estacionamientos y desarrollos privados integren árboles y soluciones sustentables. Los lugares que no integren los árboles que la norma exigen, pueden reportar a instancias gubernamentales.
“Los mejores inspectores que pueda haber son los más de 900 000 habitantes de Hermosillo que reporten los lugares que no cumplan con estas condiciones”, dice.
Árboles, la infraestructura olvidada de las ciudades
Sergio Müller identifica cuatro grandes retos: falta de áreas verdes, baja cobertura arbórea, mala calidad del aire y escasez de agua. “De estos cuatro, tres se pueden solucionar plantando árboles”, asegura.
Para Müller, el árbol no es ornamento, sino infraestructura urbana.

“La ciudad te está induciendo a usar el automóvil porque no hay sombra ni banquetas accesibles”.
Sin sombra, las personas dejan de caminar; sin peatones, los parques se vacían y los autos dominan.
El efecto es medible: “Hermosillo puede ser fácilmente ocho grados más fresco” si se reforestan calles y banquetas. Esa diferencia puede determinar si una persona decide salir a pie o quedarse en casa.
Canales y banquetas pueden ser un rediseño de lo cotidiano
Ambos especialistas coinciden en que el suelo urbano debe reutilizarse y adaptarse. Peñúñuri propone abrir los patios escolares como parques comunitarios fuera del horario de clases, siguiendo un modelo aplicado en Nueva York:
“Por las tardes, esas áreas verdes pueden abrirse a la colonia. No tenemos que demoler casas para hacer parques; las escuelas ya están bien distribuidas en la ciudad”.
Müller, por su parte, ve potencial en los canales pluviales y las vialidades amplias:

“También está el el uso de los canales como un área verde, andadores verdes, corredores verdes, que de hecho ya está empezando a implementar esto en el Lázaro Cárdenas y debería de replicarse en absolutamente todos los canales de Hermosillo”.
También sugiere reasignar carriles vehiculares para ampliar banquetas y crear corredores de sombra: “Podemos tomar un carril y dar más espacio para árboles”.
Ambos defienden la idea de usar el agua con inteligencia. Müller explica: “Aprovechar el agua del aire acondicionado, el agua gris del lavamanos, lavaplatos o lavadora” puede mantener los árboles sin afectar el suministro doméstico.
Peñúñuri añadió que una gestión correcta de la lluvia evita inundaciones y multiplica los beneficios ambientales.
Cultura verde y participación ciudadana
Para que la infraestructura verde sobreviva, la gente debe apropiarse de él. Peñúñuri lo vincula con la participación ciudadana, y propone un modelo de codiseño, donde expertos y vecinos planifiquen juntos los parques y jardines donde se desarrollarán.

Müller enfatiza la educación ambiental. “Necesitamos ampliar la estrategia de acercar los árboles a la gente”.
Su organización ha sembrado unos 4 000 árboles directamente y coordinado la plantación de al menos 20 000 en la ciudad. Propone incentivos tangibles, como el modelo de Tucson, donde las empresas eléctricas donan árboles que reducen el consumo de aire acondicionado.
Cuando el verde desaparece
El escenario de una ciudad sin árboles, coinciden ambos, es una pesadilla climática y social. Peñúñuri lo advierte así:
“Si no se implementan proyectos de infraestructura verde, vamos a incrementar temperaturas, contaminación y problemas de inundaciones”. Müller lo refuerza: “Hace 10 años empezó el declive del arbolado, y lo que vemos ahora es una ciudad invivible”.

En ese futuro sin infraestructura verde, las temperaturas seguirían subiendo, el polvo cubriría las calles y el aire se volvería más denso. Las banquetas, invadidas por autos, perderían su función social.
En cambio, si se apuesta por la sombra, la transformación podría ser radical: “Podemos hablar de una ciudad donde casi todas las calles tengan copa cubierta por la sombra de los árboles, donde la gente pueda caminar”, imagina Müller.










