Cabo Pulmo es el claro ejemplo de cómo una comunidad unida puede cambiar su destino y el de todo un ecosistema. Lo que antes fue un arrecife sobreexplotado, hoy es un modelo de conservación marina.
Grecia Bojórquez/ NORO
En la costa este de Baja California Sur, un pueblo pesquero decidió dejar de pescar para salvar el mar. A mediados de los años noventa, los habitantes de Cabo Pulmo notaron que el arrecife frente a su comunidad, un ecosistema coralino de al menos 20 mil años, estaba muriendo.

La pesca desmedida, el turismo sin control y los daños causados por embarcaciones ancladas habían dejado el fondo marino desierto. Lejos de resignarse, propusieron algo que para muchos sonaba imposible, el prohibir por completo la pesca en la zona y convertirla en un área marina protegida.
Con apoyo de la Universidad Autónoma de Baja California Sur y tras años de insistencia, en 1995 se creó oficialmente el Parque Nacional Cabo Pulmo. Fue una decisión comunitaria que marcó un antes y un después, no solo para el ecosistema, sino para el modelo de conservación en México y el mundo.
La vida regresó a Cabo Pulmo
En 1995, los depredadores tope como tiburones y meros habían desaparecido del arrecife. Para 2009, gracias a la total prohibición de pesca dentro del parque, no solo habían vuelto, sino que la biomasa, es decir, la cantidad de vida marina medida en peso, había aumentado en un 463% (según el estudio Large Recovery of Fish Biomass in a No-Take Marine Reserve).

Los científicos han calificado este repunte como uno de los más impresionantes registrados en una reserva marina a nivel global. Hoy en día, Cabo Pulmo es hogar de tortugas marinas, rayas, ballenas jorobadas y al menos 14 especies de tiburón.
Este espacio natural se ha convertido en refugio de especies amenazadas y en una fuente natural de peces que repueblan las costas vecinas. Donde además de la recuperación ecológica, el área protegida beneficia a los pescadores de las zonas aledañas.

La prohibición de pesca dentro del parque genera un efecto de derrame o “spillover”, es decir, peces y especies marinas se desplazan hacia aguas vecinas, lo que mejora la pesca comercial y deportiva fuera del área protegida.
En 2017, se estimó que alrededor de 900 toneladas de peces comerciales salieron del parque, impulsando la economía regional. Lo que antes era una zona explotada en exceso, hoy es ejemplo mundial de cómo una comunidad puede revertir el daño ambiental a través del compromiso colectivo y el respeto a la naturaleza.
Turismo y conservación, sí pueden ir de la mano
Algo que sorprende es que con la prohibición de pesca, los ingresos de las familias locales no desaparecieron. Al contrario, evolucionaron, pues la comunidad cambió redes por caretas de buceo y escolleras por lanchas turísticas. Las visitas controladas al parque, el buceo con tiburón toro y el esnórquel en zonas delimitadas trajeron una nueva fuente de empleo con mejores ingresos.

En 2006, el turismo ya generaba más de medio millón de dólares al año para la comunidad, y hoy esa cifra continúa creciendo. El parque no solo es una historia de éxito ecológico, también lo es económica. De acuerdo con Carlos Ramón Godínez Reyes, quien fue un destacado integrante de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas en la conservación de las Áreas Naturales Protegidas Islas del Golfo de California, el Producto Interno Bruto local duplica el promedio nacional y la calidad de vida en el pueblo ha mejorado de forma importante.
Eso sí, no todo está resuelto, pues el aumento de visitantes también ha puesto presión sobre el arrecife. Por ello, las actividades recreativas están reguladas, hay zonas restringidas, límites en el número de turistas y coordinación con autoridades ambientales para vigilar el cumplimiento de las normas.
Un modelo que inspira más allá del mar
El caso de Cabo Pulmo se ha convertido en un referente técnico y comunitario para otras áreas marinas protegidas en México, como el Archipiélago de Revillagigedo o Bajos del Norte, en el Golfo de México. Aunque no se trata de réplicas directas, sí ha contribuido a demostrar que proteger zonas marinas puede tener impactos positivos tanto en lo ecológico como en lo económico, especialmente cuando se eliminan prácticas extractivas insostenibles.

El éxito de Cabo Pulmo se explica por una combinación de factores que son la participación activa de la comunidad, reglas claras, vigilancia constante y una decisión colectiva de cambiar el rumbo. En lugar de esperar soluciones externas, los habitantes optaron por modificar su modelo económico y enfocarse en el manejo sustentable del entorno.
Actualmente, el parque cuenta con reconocimiento internacional, como su inscripción en la lista de Patrimonio Mundial de la Unesco y su designación como sitio Ramsar. Pero más allá de estos títulos, lo relevante es que logró revertir un proceso de degradación ambiental a través de una estrategia local.

La experiencia de Cabo Pulmo sigue siendo una referencia útil para quienes diseñan políticas públicas de conservación marina. Enseña que cuando hay organización social, cumplimiento de normas y objetivos claros, los resultados pueden medirse y sostenerse en el tiempo.
Con información de El País, La Jornada y ocean.si.edu.