Millones de migrantes enfrentan duelos, estrés y barreras para acceder a servicios de salud mental. Conoce los principales síndromes, riesgos y recomendaciones para atender esta crisis invisible.
Ricardo Amador/NORO
La migración, tanto forzada como voluntaria, afecta hoy a más personas que nunca: a mediados de 2024, más de 122 millones de personas estaban desplazadas, incluidos refugiados, solicitantes de asilo y desplazados internos. Estos movimientos, motivados por conflictos, violencia, pobreza o persecuciones, tienen consecuencias profundas no solo a nivel físico, sino también en la salud mental de quienes los experimentan.
Los refugiados y migrantes se enfrentan a factores estresantes múltiples durante todo el proceso migratorio. Desde la exposición a traumas en su país de origen, hasta las adversidades en la travesía y los desafíos de integración en el país de acogida, su salud emocional se ve constantemente puesta a prueba.

Estudios recientes señalan una prevalencia mayor de trastornos como depresión, ansiedad, trastorno de estrés postraumático (TEPT), ideación suicida e incluso psicosis entre migrantes en comparación con las poblaciones locales.
Uno de los síndromes más estudiados en este contexto es el “síndrome de Ulises” o síndrome del inmigrante con estrés crónico y múltiple. Se trata de un cuadro clínico que no se considera una patología psiquiátrica clásica, pero que sí representa una grave situación de sufrimiento emocional derivado de las condiciones extremas de la migración contemporánea.
El síndrome de Ulises: duelo de migrantes y estrés extremo
El síndrome de Ulises toma su nombre del héroe griego que, en su odisea para regresar a casa, enfrentó adversidades constantes lejos de los suyos. Así, millones de migrantes actuales viven un duelo migratorio compuesto por pérdidas simultáneas: la familia, el idioma, la cultura, la tierra, el estatus social, el grupo de pertenencia y la seguridad física.
Estos duelos se intensifican cuando la persona migra en condiciones límite, sin recursos ni redes de apoyo, y con la exposición constante al miedo, la soledad y la desesperanza. Entre los estresores más graves se encuentran la separación forzada de seres queridos, la amenaza de deportación, el miedo a las mafias o a las autoridades migratorias, la inseguridad alimentaria y habitacional, y la imposibilidad de legalizar su situación.

Las manifestaciones clínicas del síndrome de Ulises incluyen síntomas depresivos (tristeza, llanto frecuente), ansiosos (insomnio, tensión, pensamientos intrusivos), somáticos (dolores de cabeza, fatiga, malestares osteoarticulares), y confusionales, estos últimos a veces confundidos erróneamente con brotes psicóticos.
Además, en muchos casos, los pacientes interpretan su malestar a través de creencias culturales: mal de ojo, brujería o castigos divinos.
El tratamiento de este síndrome no debe abordarse exclusivamente desde lo médico, sino como una estrategia de prevención psicosocial y educativa. Involucra a profesionales como psicólogos, trabajadores sociales, maestros y agentes comunitarios, quienes deben ofrecer acompañamiento emocional, orientación, redes de apoyo y contención.
Migrantes tienen poco acceso a la salud mental
Aunque muchos migrantes presentan síntomas que requieren atención, el acceso a servicios de salud mental es limitado o inexistente en muchos países de acogida. Esto se debe a múltiples barreras: falta de documentación, barreras idiomáticas, desconocimiento de derechos, miedo a ser deportados, estigmas culturales y ausencia de servicios culturalmente adaptados.
A esto se suma la descontinuidad asistencial; muchos migrantes inician procesos terapéuticos que se ven interrumpidos por traslados, detenciones o cambios en su estatus legal.

Esta falta de seguimiento puede agravar su estado emocional.
Organismos como la Organización Mundial de la Salud (OMS) promueven un enfoque de atención integral, adaptado a las necesidades de los migrantes. Esto incluye capacitar a personal médico y de servicios públicos, integrar la atención psicosocial en contextos comunitarios, proteger derechos humanos y ofrecer alternativas de tratamiento culturalmente pertinentes y flexibles.
También se enfatiza la importancia de que los países garanticen acceso equitativo a vivienda, empleo, educación y servicios básicos, factores que inciden directamente en la salud mental. La promoción del apoyo comunitario, la inclusión social y la no separación de menores de sus familias son medidas clave para reducir el impacto negativo del proceso migratorio.
Respuestas globales: hacia una migración más humana
La salud mental de los migrantes no puede entenderse de forma aislada. Está ligada a los contextos estructurales que los empujan a migrar, así como a las políticas que encuentran al llegar a nuevos territorios. Las respuestas más eficaces son aquellas que integran lo médico, lo social, lo educativo y lo comunitario.
El Plan de Acción de la OMS para la Salud Mental 2013-2030, y su participación en iniciativas como el Pacto Mundial sobre los Refugiados, muestran la urgencia de abordar esta crisis desde una perspectiva de derechos y equidad. La colaboración entre gobiernos, organismos internacionales y sociedad civil es esencial para garantizar que los migrantes no solo sobrevivan, sino que puedan desarrollarse plenamente.

Como sociedad, es urgente humanizar la mirada hacia la migración. Migrar ha sido una constante en la historia de la humanidad, pero nunca debería costar la salud mental.
Las personas migrantes no son héroes mitológicos, sino seres humanos que merecen contención, escucha y oportunidades. Entender sus duelos y acompañarlos en su proceso es también una forma de cuidar la salud de nuestras propias comunidades.
Fuentes: BBC News, OMS, The Conversation