¿Y si la ciudad no estuviera hecha para ti? Para muchas personas, el diseño urbano actual hace que moverse, cuidar y habitar el espacio siga siendo un reto diario. Pensar en un diseño más justo ya no es opción, es necesidad.
Grecia Bojórquez/ NORO
El diseño de las ciudades ha estado durante décadas pensado desde una lógica que, sin decirlo explícitamente, dejó fuera a muchas personas. En especial a mujeres, personas migrantes y minorías, quienes enfrentan diariamente barreras invisibles en su vida cotidiana.

Hoy, cada vez más expertos y colectivos plantean que el urbanismo debe abrirse para reconocer y responder a esas realidades, pensando en la diversidad social que habita las ciudades.
Diseño urbano: incluir a quienes siempre han sido invisibilizados
De acuerdo con especialistas en urbanismo como Joshna D. Sarabia, históricamente, la planificación urbana se ha basado en un modelo estándar de ciudadano que no corresponde con la realidad plural de las ciudades.
“El urbanismo se ha considerado una materia neutra, de espacio físico, sin atender lo que pasa más allá de esa materialidad”, explica la arquitecta Joshna D. Sarabia, quien desde Baja California señala que esto ha dejado fuera a grupos como mujeres, migrantes y minorías.

Esta “neutralidad” aparente es en realidad un sesgo que privilegia ciertas formas de vida y movilidad, mientras que ignora la complejidad de las necesidades diarias de quienes no encajan en ese molde.
Por ejemplo, las mujeres suelen hacer trayectos más complejos, con múltiples paradas, debido a que asumen mayor carga en el cuidado familiar. Esto implica un uso más frecuente del transporte público y de los espacios públicos, que a menudo no están diseñados para facilitar esa realidad.

El urbanismo con perspectiva de género e inclusivo no es solo un reclamo por mayor presencia femenina y de las minorías, sino una propuesta para construir ciudades pensadas para todas las personas, con sus diversas identidades y situaciones.
El reconocer la diversidad de quienes habitan las ciudades implica incluir en el diseño urbano elementos que respondan a realidades cotidianas y que garanticen seguridad, accesibilidad y calidad de vida.
La ciudad y la dimensión cotidiana
Para que el diseño urbano sea más incluyente, debe ir más allá de la visión tradicional del espacio físico y considerar lo que sucede en él, desde la vida diaria. Esto significa atender las rutas que recorren quienes cuidan, quienes trabajan en empleos informales, quienes se desplazan a pie o en transporte público, y no solo a quienes usan el automóvil.

Por ejemplo, una ciudad con suficientes árboles, bancas, rampas, iluminación y transporte accesible no solo facilita la movilidad, sino que genera confianza y seguridad. Estos detalles, a veces invisibles, impactan directamente en la vida de mujeres y personas con discapacidad, o en quienes cuidan niños, ancianos o personas enfermas.
La arquitecta Sarabia menciona que las ciudades actuales han dejado un poco de lado la búsqueda de lo social en el diseño, privilegiando la infraestructura sin considerar las desigualdades sociales. Por eso, incorporar la perspectiva de género y diversidad es un paso necesario para que todos puedan habitar el espacio de manera equitativa.
El enfoque desde el noroeste de México
En regiones como el noroeste mexicano, donde las dinámicas urbanas están en constante cambio por la migración, la economía y el crecimiento, especialistas señalan que es importante que el urbanismo reconozca a sus habitantes en toda su diversidad.

Sarabia destaca que muchas veces, los derechos urbanos de mujeres, migrantes y minorías se ven reducidos o invisibilizados en las ciudades. Proyectos comunitarios que retoman estas voces permiten construir espacios más justos y funcionales para quienes viven realidades complejas y diversas.
Este enfoque es especialmente importante en ciudades fronterizas y medianas del noroeste, donde la movilidad y las necesidades urbanas no se parecen a las grandes metrópolis. Ajustar las políticas urbanas a estas particularidades puede mejorar la calidad de vida de miles, y también ser un referente para otras regiones.
Cambiar la ciudad desde lo pequeño y colectivo
Una transformación urbana incluyente no necesariamente comienza con grandes obras o inversiones millonarias. Puede arrancar en el barrio, en la comunidad, con acciones que reconozcan las necesidades reales. Esto incluye diseñar espacios públicos seguros, accesibles, y que promuevan la convivencia.
Además, los espacios deben valorar las actividades de cuidado, como el descanso, el aprendizaje y la atención emocional, que tradicionalmente recaen en mujeres. Por ejemplo, en ciudades latinoamericanas ya se impulsan “manzanas de cuidado” o espacios donde quienes cuidan pueden descansar y recibir apoyo.

Pensar la ciudad desde esta perspectiva implica también repensar el transporte, la iluminación, los espacios verdes y la infraestructura peatonal, para que sean funcionales para todas las personas y promuevan la igualdad. Así, se construye una ciudad más amable, no solo para las mujeres, sino para todos quienes comparten la vida urbana.
El urbanismo con perspectiva de género y diversidad no es una moda, sino una necesidad que busca corregir desigualdades históricas a través del diseño. En el noroeste de México, como en otros lugares, esta visión abre la puerta para que la ciudad sea un espacio que realmente contemple a todas y todos, sin dejar a nadie fuera.
Con información de El País, observatorioviolencia.org, ONU e ICATBC.