Los tarámari hablan bajito y se camuflan entre las montañas de la Sierra Madre Occidental
Estos hombres y mujeres llegaron hace más de 40 años caminando sobre suelo agreste, entre cañadas y acantilados únicos de esta región bendecida con miles de hectáreas de pinos, abetos, palos blancos y ceibas, con ríos enormes surcando y dando paso a personas nómadas.
Se quedaron para buscar un nuevo lugar donde vivir, aunque les ha costado por la falta de costumbres propias. Se distinguen por no tener una identidad definida, que viven en cuevas o casas de adobe con techo de palma o chozas cubiertas con plástico negro en la entraña de la sierra, donde existen tres actividades económicas, una de ellas no reconocida por el Estado: la agricultura protegida, la minería y la siembra y producción de drogas ilícitas.
Los tarámari son capaces de sobrevivir en ambientes hostiles
Lo que se sabe de ellos es poco, casi nada, solo que hablan rarámuri y que en la sierra sufren de fríos, sequías y el desazón por la violencia que provocó el éxodo masivo de personas para encontrar mejores oportunidades en las ciudades.
“Ellos no tienen credencial de elector, por eso no existen para nadie, no pueden votar y los políticos no vienen con ellos”, dijo la artista y activista Hortensia López Gaxiola.
Los tarámari no han podido integrarse del todo en Sinaloa. Son personas tímidas y desconfiadas, pero capaces de sobrevivir en ambientes hostiles.
Son de rasgos característicos: de piel morena, de baja estatura y cuerpos fornidos. Tienen rostros ovalados o cuadrados, con ojos pequeños en su mayoría, pero con miradas profundas, inocentes, llenas de ternura.
No tienen tradiciones, como sí sucede con el pueblo rarámuri, en Chihuahua, donde se les reconoce como parte fundamental de la cultura autóctona de ese estado. Acá, en Sinaloa, la situación es diferente.
Están ubicados en los municipios de Sinaloa y Choix
Su estadía aquí es un misterio que pocos han tratado de resolver. Se sabe, por ejemplo, que están ubicados en los municipios de Sinaloa y Choix, donde viven en pequeñas comunidades entre las 50 o 60 personas. Unos están en Cuitaboca, otros en Alisos de Olguín, hay también en Cañada Verde, Jikapory y en El Cochi.
También se conoce que hay Tarámari que emigraron a las cabeceras municipales de Choix, Sinaloa, Guasave y El Fuerte para trabajar en el campo, aunque no se tiene el número exacto de ellos.
Nadie sabe qué tan grande es esta población. Es difícil saber de ellos, no como sucede con los pueblos yoreme, quienes habitan entre Sonora y Sinaloa. De estos últimos se conoce su forma de organización, sus tradiciones, comidas, necesidades y los lugares donde tienen sus centros ceremoniales y casas. De los tarámari hay casi nada.
Hay poco estudio antropológico sobre ellos, solo académicos del Estado de Chihuahua que han elaborado informes, la delegación del Instituto Nacional de Pueblos Indígenas y el Colectivo Tarahumara Sinaloense tienen información, aunque un tanto difusa.
Este último surgió hace 10 años, con una iniciativa del profesor Román Rubio López, un hombre que preocupado por mantener la cultura rarámuri en el estado luchó con su vida para reconocer el derecho de este pueblo indígena.
La lucha del colectivo logró la instalación de escuelas con maestros bilingües, centros de salud en la sierra atendidos mensualmente con brigadas sanitarias y el reconocimiento de su existencia en este estado como ciudadanos sinaloenses.
“Era una fortaleza para todo el movimiento, para todo lo que hacíamos y ahora esto nos expone”, expresó López Gaxiola.
Este pueblo se ha hecho de caminos y veredas, y ha ocupado también aquellos de las empresas mineras que suben y bajan con materiales preciosos como oro, plata y plomo. Se trata de compañías estadounidenses, canadienses, chinas y mexicanas registradas ante la Secretaría de Economía.
Hacen falta investigaciones que tengan que ver con los tarámari
Comen lo que encuentran y de los animales que crían. Duermen en catres y se bañan y limpian con las aguas de ríos o pozos.
“Hay gente que no entiende por qué hace falta todo, hace falta publicaciones, hace falta investigaciones que tengan que ver con ellos, con el hecho que sean sinaloenses y no de Chihuahua”, señaló Hortensia, quien también es integrante del Colectivo Tarahumara Sinaloense.
Los niños juegan en las laderas y cañadas, sobre las riberas de los ríos secos, con los caballos, los burros o las vacas. Usan resorteras de madera y siempre están acompañados de otros tarámari con quienes ríen y lloran cuando caen y se golpean con las piedras.
Las mujeres y los hombres adultos conviven poco públicamente si no es con personas de su mismo sexo.
Viven aislados, sin señal telefónica y compartiendo la luz eléctrica de los mestizos. Les llaman chabochi en su lengua, y han sido quienes han deforestado y construido comunidades o rancherías en medio del silencio.
“Viven una desnutrición, es histórica, no tienen calzado, no tienen acceso a la educación, son monolingües y eso habría qué cuidar, su lengua”, señaló.
En este tiempo ya desarrollaron variantes en la lengua rarámuri y gracias al Colectivo Tarahumara Sinaloense han podido aprender español, ingresado a universidades y a servicios médicos.
Desde hace cinco años el Colectivo de activistas sube a la sierra para visitarlos y tratar de ocuparlos en actividades diferentes a las de cuidar los campos de drogas ilícitas en la sierra.
“No es una actividad de caridad, sino de justicia social. [A] estas comunidades el Estado les ha negado el acceso a todo, son comunidades que no están en el padrón del DIF de Gobierno del Estado, es decir, no reciben una despensa constante”, aseguró López Gaxiola.
“No tienen la mayoría de ellos acceso a la educación, el 70 por ciento de los tarámari son analfabetas, solo algunos niños que están cerca de una población tienen acceso a la educación”.
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Hay personas en el sur de Sinaloa, y otras más en el norte, específicamente en Los Mochis, pero la mayoría se encuentra en Guasave, donde habitan familias que se encargan de hacer colectas de ropa y comida para hacer despensas.
Hay entre ellos abogados, amas de casa, maestros, artistas, scouts, herreros, médicos y artesanos.
El colectivo comprendió que los Tarámari no son un pueblo que exija estar en los registros oficiales, solo quieren permanecer en paz y guarecerse en la sierra.
A veces, cuando llega el Colectivo con las camionetas llenas, los hombres y mujeres que suben a la sierra sienten que salvarán al mundo, y luego ven cómo la gente se lleva las despensas, y ven para atrás todo vacío, entonces se dan cuenta cuenta que lo hecho no es mucho, pero lo suficiente para ayudar a crecer a esta comunidad.
Fotos de Marcos Vizcarra