El director Fernando Castanier recorre las costas de Baja California Sur para retratar a quienes viven del mar y mostrar la fuerza de las comunidades que dependen de él

Daniela Valenzuela / NORO
Azul Vivo, largometraje de Fernando Castanier, muestra cómo las comunidades pesqueras de Baja California Sur mantienen viva la pesca artesanal, un oficio que une a chefs, científicos y pescadores en torno al respeto por el mar.
El filme surge del deseo de contar una historia local con impacto global: la de un mar que alimenta, da identidad y refleja la manera en que los sudcalifornianos se relacionan con su entorno.
A través de un recorrido por las costas del estado, Azul Vivo muestra la trazabilidad del producto, la importancia de las prácticas responsables y la conexión entre quienes pescan, cocinan y cuidan los ecosistemas.
“Quería regresarle algo al mar, porque de ahí nació todo mi trabajo”, dice Castanier.
Del océano al cine

La idea de Azul Vivo nació del reencuentro de Fernando Castanier con su propio estado. Tras dos décadas dedicadas al cine y la publicidad en México y el extranjero, el director paceño regresó a casa para contar una historia que, hasta entonces, nadie había filmado: la del mar que sostiene la vida de Baja California Sur.
“En La Paz, muchos pescadores llevan décadas haciendo las cosas bien, pero pocas veces se les reconoce”, comenta Castanier. “Quise mostrar lo que significa vivir del mar desde la dignidad, no desde la carencia.”
Su regreso coincidió con un movimiento gastronómico que también busca mirar al mar con otros ojos. En ese camino conoció al chef Héctor Palacios, impulsor de la cocina sustentable y del uso de producto local en Los Cabos.

Juntos emprendieron un recorrido por los cinco municipios del estado para retratar la relación entre la pesca artesanal, la cocina y la comunidad.
En cada parada, el chef busca un ingrediente y el cineasta una historia: productores de ostión en Comondú, guardianas de manglar en La Paz, pescadores de jurel en San Evaristo y cocineras que, con técnicas heredadas, transforman lo que el mar ofrece.
“Queríamos mostrar lo que ocurre antes de que un platillo llegue a la mesa: el trabajo, la paciencia y la conciencia que hay detrás de un pescado bien tratado o de una concha cultivada con respeto”, explica el director.
La cadena humana del mar

Azul Vivo revela el recorrido completo de la pesca artesanal, una red de manos que conectan la costa con la cocina. En cada comunidad, las técnicas varían, pero la filosofía es la misma: tomar solo lo necesario y devolver al mar lo que le pertenece.
En San Evaristo, los pescadores comprendieron, tras décadas de práctica, que el exceso podía vaciar sus propias aguas. Dejaron la pesca de arrastre y regresaron a la caña, una técnica más lenta, pero respetuosa con los ciclos del jurel.
“Pensaron que el pez se había ido, hasta que entendieron que lo estaban espantando. Aprendieron solos a cuidar su ecosistema”, recuerda Castanier.

Ese aprendizaje empírico se repite a lo largo de las costas sudcalifornianas, donde la sostenibilidad es una cuestión de supervivencia.
Los pescadores miden la talla, respetan las vedas y registran cada captura: una trazabilidad nacida de la experiencia y el respeto por el entorno.
También están las historias que sostienen la cadena en silencio. Tony, por ejemplo, transporta hielo desde La Paz hasta campos sin electricidad, recorriendo kilómetros de madrugada para mantener el pescado fresco.
“Si la cadena de frío se rompe, se pierde el esfuerzo de toda una comunidad”, explica el director.


En El Conchalito, un grupo de mujeres conocidas como las guardianas del manglar cuida los ecosistemas costeros y prohíbe las redes de arrastre.
Entre raíces y marea baja, protegen el hábitat de peces, moluscos y aves. Su trabajo no solo conserva el manglar, sino también la memoria de cómo se ha vivido del mar durante generaciones.
En su día a día, la trazabilidad se convierte en una forma de respeto. Cada concha, cada pescado tiene nombre, origen y manos que lo cuidaron. En Azul Vivo, esa cadena humana es el verdadero hilo que une las historias del mar con las de la mesa.
Comunidad, cocina y futuro

Cada rodaje termina con una comida compartida. El chef Palacios cocina para las comunidades con lo que el entorno ofrece.
En San Evaristo, por ejemplo, preparó un chivo de sierra con dulce de toronja y queso local como agradecimiento.
“La cocina es el puente entre todos”, dice Castanier. “Cuando nos sentamos a comer, hablamos del mar y de lo que nos da. Ahí se entiende por qué vale la pena cuidarlo”.
El documental también muestra los desafíos que las comunidades enfrentan como el no contar con caminos ni refrigeración, precios impuestos por intermediarios y la presión de un mercado que no siempre valora el trabajo justo.

Pero el largometraje, Azul Vivo elige mirar hacia adelante. Destaca las cooperativas que se organizan, los chefs que pagan mejor y los pescadores que apuestan por prácticas sostenibles.
“Lo que me conmueve es la dignidad con la que trabajan”, dice Castanier. “No piden lástima, piden que se reconozca su esfuerzo”.
El largometraje sigue en rodaje y planea estrenarse en festivales internacionales en 2026, con funciones itinerantes en las comunidades donde fue filmada.
“Queremos proyectarla ahí mismo, que la gente se vea en pantalla y se reconozca”, afirma el director.
En palabras del director, Azul Vivo es una carta de amor al mar y a quienes lo cuidan. Una historia sobre el trabajo invisible que sostiene lo que comemos y sobre el vínculo que une a quienes viven del océano con quienes lo disfrutan en cada plato.










