Tras una de las peores sequías del norte de México, el proyecto del Semillatón rescató las semillas de maíz que sostienen la alimentación e identidad rarámuri en Chihuahua.

Daniela Valenzuela / NORO
En 2012, cuando la sequía dejó sin alimentos ni semillas a familias rarámuri, científicos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y comunidades de la Sierra Tarahumara impulsaron el Semillatón para rescatar maíces nativos.
El Semillatón nació como una respuesta solidaria ante una de las crisis agrícolas más graves del norte del país. Lo que comenzó como un proyecto de emergencia para multiplicar semillas de maíz, se transformó en una colaboración entre ciencia, gastronomía y saberes rarámuri que hoy inspira a nuevas generaciones.
Cuando el maíz escaseó en la sierra

Entre 2011 y 2012, la Sierra Tarahumara enfrentó una de las sequías más severas de las últimas décadas. De acuerdo con el Instituto de Biología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), cientos de familias rarámuri quedaron sin alimentos ni semillas para sembrar.
En esos mismos años, el entonces secretario de Desarrollo Rural de Chihuahua, Octavio Legarreta, confirmó pérdidas devastadoras: más de 400 mil cabezas de ganado muertas y daños superiores a 3 mil 800 millones de pesos en el sector agropecuario.
Para el pueblo rarámuri, cuya vida gira en torno al maíz —base de su alimentación, sus rituales y su identidad—, la sequía significó una doble pérdida: sin lluvia no hubo cosecha, y sin cosecha no hubo semilla.


“Las razas de maíz están adaptadas a sus condiciones ecológicas y culturales; perder una raza es perder información biológica y cultural invaluable”, explica la doctora Edelmira Linares, bióloga y etnobotánica del Instituto de Biología de la UNAM.
Ante la emergencia, un grupo de investigadores encabezado por Linares y el doctor Robert Bye buscó apoyo de la Fundación UNAM, la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP), la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT) y la Familia Gastronómica de México.
Así nació el Semillatón, una iniciativa que unió ciencia, comunidad y tradición para reproducir y devolver las semillas de maíz nativo a las comunidades de la Tarahumara Alta.
Las primeras cosechas del Semillatón

El primer cultivo del Semillatón se realizó en el municipio de Guerrero, Chihuahua, donde se sembraron cinco razas nativas: apachito, cristalino de Chihuahua, amarillo, rojo y azul. Este lugar fue elegido por tener acceso a riego, algo vital en medio de la sequía.
“Sembramos como ellos nos dijeron, y cuando llegó el momento de la cosecha, bajaron cuadrillas de rarámuri a cortar el maíz. Pidieron que se entregara en mazorca, no desgranado, porque ellos seleccionan la mazorca y dentro de ella los granos”, recuerda Linares.
Con esa cosecha se repartieron 14 toneladas de semilla para siembra y 12 toneladas de grano desgranado para alimento entre 60 comunidades. La distribución se hizo con el apoyo logístico de CONANP-Chihuahua, beneficiando a más de 2 mil 500 personas.

“Cada familia recibió la raza que quiso, con el compromiso de compartirla después con sus vecinos, así la semilla volvió a circular de mano en mano, como antes”, detalla la investigadora.
El éxito de la primera entrega motivó una segunda siembra al año siguiente. “Cuando tratamos de volver a repartir, la gente nos decía que había tenido muy buen maíz, un maíz que llamaban ‘semillatón’”, cuenta Linares entre risas.
En esta segunda etapa, la semilla se distribuyó ya desgranada, pensada para el consumo y para fortalecer los bancos de semillas familiares.

Con ello, el Semillatón dejó de ser un proyecto de emergencia para convertirse en una red de conservación agroecológica en la Sierra Tarahumara.
Además de las entregas de maíz, el equipo impulsó talleres de conservación postcosecha, donde se enseñó a guardar las semillas en silos herméticos certificados que prolongan su vida útil hasta por cuatro años.
“Antes, perdían buena parte de su semilla por plagas o roedores. Con los silos, ahora pueden guardarlas y volver a sembrar sin depender de nadie”, explica.
De las semillas a la mesa: la cocina como raíz

El Semillatón creció más allá del campo. Con la colaboración de la chef e investigadora Ana Rosa Beltrán del Río, los talleres comenzaron a incluir la dimensión gastronómica del maíz y otros ingredientes tradicionales.
“Las mujeres rarámuri querían conocer cómo cocinan en otras comunidades. De ahí surgieron los talleres de recetas tradicionales y videos donde ellas mismas muestran cómo preparan el pinole, el tesgüino o los guilibás”, comparte Linares.

Esta labor permitió preservar técnicas culinarias y nombres originales de ingredientes locales como los guilibás, que en el resto del país se conocen como quelites, y fomentar el orgullo por la cocina rarámuri frente al desinterés de las nuevas generaciones.
“Nos decían que los niños ya no querían comer su comida tradicional. Querían salchichas o atún. Por eso hicimos videos donde ellas muestran que su comida tiene historia, identidad y sabor”, agrega.
Adaptarse al cambio climático desde el conocimiento

Para Linares, el Semillatón también es una lección sobre adaptación climática. “Cuando no saben si va a llover, mezclan varias razas. Si no se da una, se da otra. Así enfrentan el cambio climático con sabiduría tradicional”, explica.
Los rarámuri han aprendido a manejar la incertidumbre con estrategias ancestrales: mezclar semillas, leer el cielo, guardar reservas. La ciencia acompañó ese conocimiento con investigación y educación, pero fue la sabiduría local la que permitió sostener la vida agrícola en una región donde el agua escasea.
“Los rarámuri nos enseñaron a escuchar a la tierra. Nosotros aportamos la ciencia, pero ellos saben leer el cielo”, resume la investigadora.
A más de una década de su creación, el Semillatón sigue activo a través de talleres comunitarios, capacitación y colaboración entre científicos y productores. Hoy, aunque Linares y Bye ya no siembran directamente, el conocimiento quedó sembrado en la sierra.

“Ahora ellos siembran y conservan. Eso es lo más importante: que el conocimiento se quede en la comunidad”, dice Linares.
El proyecto logró preservar la diversidad genética del maíz rarámuri, fortalecer la soberanía alimentaria y revalorar la identidad agrícola del norte de México. También inspiró nuevas líneas de trabajo en torno al frijol, los quelites y otras plantas nativas.
“El maíz de la Tarahumara es memoria, identidad y alimento. Si desaparece, desaparece una parte del país”, concluye.
El Semillatón demuestra que cuando el conocimiento académico y el saber tradicional se encuentran, las semillas no solo germinan: florecen comunidades enteras
Con información de UNAM y La Jornada.










