El vino en lata no es una moda pasajera, es un reflejo de cómo las nuevas generaciones están redefiniendo el consumo de productos tradicionales.
Grecia Bojórquez/ NORO
Durante mucho tiempo, tomar vino parecía reservado a cenas elegantes, copas finas y reglas no escritas sobre maridaje. Pero las nuevas generaciones están cambiando esas ideas y dándole un giro al ritual del vino y, de este cambio, nació el vino en lata.

Este formato que suena casi como una herejía para los más puristas, ahora es una opción común entre jóvenes consumidores en países como Estados Unidos, Sudáfrica, Australia y también en América Latina.
Detrás de esta nueva presentación hay un cambio cultural más profundo, pues el vino ya no es exclusivo ni solemne. Es casual, fácil de llevar en la mano y se adapta al ritmo de vida de la actualidad.
¿Por qué está creciendo tanto?
De acuerdo con la feria ProWein, una de las más importantes del mundo en vinos y licores, el vino en lata ha experimentado el mayor crecimiento entre todos los envases alternativos al vidrio. Solo en Estados Unidos, el negocio supera los 45 millones de dólares y tuvo un aumento de producción del 59.5% en un solo año, de acuerdo con Nielsen.
Las proyecciones de la consultora Grand View Research estiman que el mercado mundial de vino en lata alcanzará los 571.8 millones de dólares en 2028, esto con un crecimiento anual de más del 13%.

Pero más allá de los números, el boom tiene lógica, la de que las latas pesan menos, se enfrían más rápido y son mucho más fáciles de transportar. Para quienes no quieren abrir una botella entera o cargar con copas y sacacorchos, esta opción representa libertad y una nueva forma de consumir esta bebida.
Además, una lata suele contener entre 180 y 330 ml, lo que equivale a una o dos copas, lo cual es ideal para quienes prefieren un consumo más moderado o simplemente probar distintos estilos sin comprometerse con una botella completa.
Lo práctico también puede tener estilo
El aluminio, material con el que se fabrican estas latas, no solo facilita la refrigeración del vino (algo muy útil para blancos, rosados o espumantes), también reduce la huella de carbono en comparación con el vidrio. De hecho, la producción y transporte de botellas de vino representan más del 60% de su impacto ambiental. Las latas pesan menos, se reciclan más fácilmente y ocupan menos espacio.

Además, el vino en lata es una solución práctica en contextos donde el vidrio no es bienvenido, como son las playas, conciertos, picnics o fiestas casuales. Sin necesidad de herramientas o cristalería, el vino se adapta al estilo de vida actual.
También abre la puerta a que cada persona pueda elegir lo que quiere beber sin tener que acordar con el resto del grupo. Tú puedes querer rosado, tu amigo blanco, y otro espumoso, es decir, cada quien abre su propia lata, y listo.
¿Y qué hay de la calidad?
Por otra parte, una de las dudas más comunes es si el vino en lata es de menor calidad, pero esto no es realmente así, lo que cambia es el tipo de vino. En general, las bodegas eligen envasar en lata vinos jóvenes, blancos, rosados o espumantes, que no requieren guarda y están pensados para consumirse pronto. Estos vinos no pasan por barrica y no necesitan evolucionar en botella.

Asimismo, los tintos con taninos más marcados o de guarda prolongada no suelen presentarse en este formato, porque el corcho y el vidrio aún son insustituibles para ese tipo de evolución. Pero si lo que buscas es un vino para acompañar una tarde de verano, una carne asada, o un concierto al aire libre, hay opciones en lata que cumplen perfectamente.

La industria está respondiendo al llamado de los nuevos consumidores, el de menos rigidez y más opciones. Y aunque tal vez nunca veamos un Gran Reserva en una lata, el vino en su versión más ligera y cotidiana ha encontrado su lugar en el refrigerador junto a las cervezas.
Con información Debate, GQ México y chezcarlita.com.