El 4 de Agosto de 1959, un avión estadounidense se estrelló en Huásabas, Sonora. Son los testigos del hecho quienes cuentan qué sucedió la noche en la que un gringo cayó del cielo.

“Nomás oímos cómo tronó el cielo, pensamos que era por la lluvia… en esas fechas llueve mucho, pero no. Mi papá salió de la cocina, me acuerdo, me habló para que saliera, y justo arriba de nosotros vimos la luz del avión”.

 

Don Luis Noriega, a sus 82 años de edad, recuerda con lucidez lo sucedido esa noche por demás inusual en Huásabas, a 248 kilómetros al sur de Estados Unidos.

Robert Nashold, capitán de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, era el gringo que sobrevolaba, sin saberlo, el cielo de la sierra de Sonora a bordo de un bombardero T-33

Nashold había perdido el rumbo tras una falla que sufrió el radar de la aeronave después de recargar combustible en una base militar de Mesa, Arizona. Originalmente, el piloto se dirigía a Los Ángeles, California.

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Pero Nashold no solo estaba extraviado, también se estaba quedando sin combustible.

 

El piloto de 35 años tenía que maniobrar para salvar su pellejo.

 

“Me comencé realmente a preocupar cuando el combustible se redujo a 100 galones y yo no sabía dónde estaba. Entonces disminuyó a 10 galones y vi esas montañas”, comentó Nashold a un reportero del diario Tucson Daily Citizen.

“Estaba muy oscuro, pero vi dos juegos de luces debajo. Pasé sobre ellas una vez y comencé a regresar cuando escuché un ruido carraspeado, y supe entonces que el combustible se había agotado”.

En ese momento, Nashold supo que su única opción era estrellar el avión y saltar en paracaídas hacia un territorio desconocido.

“Nunca voy a olvidar ese descenso [...] Caí de cabeza por varios segundos y entonces miré la tela blanca, flotando. El descenso fue realmente silencioso”, relató Nashold al periódico Arizona Daily Star.

Cuando el gringo dejó el cielo para tocar tierra firme, pronto se dio cuenta de que no estaba en Estados Unidos. El idioma que hablaban quienes pronto lo auxiliaron no era el suyo.

 

El primero en auxiliar al gringo fue don Luis Noriega, el padre del testigo anterior citado, quien acudió con un grupo de vaqueros tras haber visto la luz del avión. Pero nadie de ellos hablaba inglés.

“Ahí estaba yo parado en medio del desierto y ellos hablaban y hablaban entre ellos como por una hora, antes de que me dirigieran la palabra. Me pusieron sobre un caballo y cruzamos un río y llegamos a sus casas (en Huásabas)”, contó Nashold.

Fue hasta que llegó Jesús Venancio Urquijo Leyva, también conocido como Santos y originario de Huásabas, que el gringo que cayó del cielo pudo comunicarse.

 

Don Santos había aprendido inglés en Estados Unidos, país donde fungió como soldado del ejército durante una campaña en los años de 1943 y 1944, en la Segunda Guerra Mundial.

 

“Mi papá pronto se entendió con el señor Robert Nashgold y fue entonces cuando el piloto entendió que estaba a salvo y sería apoyado por las personas del pueblo, primero sacándolo de ahí y después llevándolo a una casa de la familia Fimbres”.

 

“Realmente el gringo la pasó muy bien luego del rescate porque comió mucho y hasta unos tragos se tomó, lo recuerdo porque así nos lo platicó mi papá a mi y mis hermanos”, dijo José Pedro Elías Urquijo Durazo, hijo de don Santos.

 

Tras perder el rumbo, quedarse sin combustible y saltar en paracaídas de un avión en picada, quizá esos tragos le supieron a gloria a Nashold.

Tras el esfuerzo del señor Santos, con el apoyo de la familia Fimbres, para el día 5 de agosto por la tarde dos helicópteros de la Fuerza Aérea de Estados Unidos provenientes del Fort Huachuca aterrizaron en el taste de carreras de caballos de Huásabas, atrás del actual cementerio, para llevarse ‘safe and sound’ a Nashold ante el asombro de los habitantes de Huásabas y algunos de Granados.

En total Nashold pasó aproximadamente 18 horas en México.

 

Nashold y don Santos mantuvieron una amistad por carta por muchos años.

 

Sin embargo, el destino de Nashold estuvo marcado por el fuego, pues murió en 2003 por inhalación de humo al incendiarse el departamento en el que vivía solo. Tenía 79 años.

“La historia del piloto y lo que la gente del pueblo hizo por él debe ser preservado como un acto de memoria social, es algo que nos hace muy orgullosos, no sólo porque mi papá lo rescató juntos con otros vaqueros, sino porque habla de la nobleza que la gente tiene en la sierra de Sonora”, consideró Urquijo Durazo.

A la fecha, no hay rastros del avión en la zona del impacto, ahí en el cerro frente a Buenavista, el mismo que todos los días sigue viendo don Luis Noriega.

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