Oficios que alguna vez marcaron la vida del centro de Hermosillo hoy apenas sobreviven en sus rincones. Tres hombres cuentan cómo han resistido la industrialización, la moda rápida, la tecnología y el clima extremo de la ciudad




Daniela Valenzuela / NORO
Con casi cuarenta grados sobre Hermosillo, Julio Sanchez se sienta en su banco del Jardín Juárez. A un costado, su caja de madera espera el brillo de un par de zapatos. Julio también espera. A veces son minutos, a veces horas. Desde hace más de cuatro décadas, este bolero ha encontrado en su oficio la manera de sostenerse, aun con las dificultades de la vida y el descenso de clientes en los últimos años.
Como él, en Hermosillo y en todo México, cientos de personas salen cada día a trabajar en oficios que poco a poco parecen apagarse: el zapatero, el relojero, el bolero. Saberes que alguna vez fueron indispensables y que hoy sobreviven apenas entre la prisa de la modernidad, la tecnología y los cambios de estilo de vida.
En cada banco, en cada taller, resuena una pregunta inevitable: ¿qué perderá la ciudad cuando estas manos dejen de trabajar?
La memoria de los oficios

Los oficios han acompañado al ser humano desde siempre. En la época prehispánica, estaban ligados a la agricultura y a las artesanías; con la colonia llegaron los alfareros, herreros, carpinteros y tequileros. Con cada época, nuevos oficios marcaron la vida cotidiana y dieron forma a las ciudades.
El historiador y maestro en gestión educativa, Antonio Romero, explica que los oficios eran mucho más que un servicio:
“Los oficios desempeñaban una labor de cubrir ciertas necesidades. No solamente hablamos del oficio como tal, un oficio que me entrega un servicio o un producto con calidad. Sino que estos espacios donde se desenvolvían los oficios estaban enmarcados en lugares donde fluía comunicación”, dijo en entrevista para NORO.

Quien acudía a un zapatero, a un herrero o a un relojero no solo buscaba reparar un objeto: también entraba en un espacio de confianza y convivencia, casi como un periódico vivo que marcaba la vida del barrio o comunidad.
Pero el tiempo y la historia fueron desplazando muchos de estos saberes. La industrialización abarató los costos y trajo productos en masa. Después, la globalización aceleró los cambios y redujo la calidad de los materiales, dejando a oficios como los zapateros y talabarteros sin posibilidad de reparar lo que antes se hacía para durar.
“Empieza a verse esta parte en la que, por ejemplo, los zapateros y talabarteros no pueden trabajar. Ciertos oficios se ven con este problema y ya no pueden reparar productos de pésima calidad. Entonces empiezan a desaparecer, a peligrar, y viene ese declive que es de alguna manera casi natural”
Recuerda Romero.

Sin embargo, no todo se perdió:
“Muchos oficios no desaparecieron como tal, sino que evolucionaron. Incluso se adaptaron. Es parte de la dinámica del ser humano: subsistir para poder salir a afrontar una problemática”, afirma el historiador.
Aquellos espacios de encuentro y confianza que describe el historiador todavía existen, aunque cada vez son menos. Hoy, en una ciudad atravesada por la prisa y el consumo inmediato, algunos oficios sobreviven a contracorriente.
Historias enlazadas: oficios que se mantienen vivos


La historia de los oficios parece escrita en los libros de historia. Sin embargo, basta caminar por el centro de Hermosillo para encontrarla todavía viva. Ahí, bajo el ardiente sol, Julio Sanchez espera a sus clientes con la misma paciencia de siempre y una sonrisa en el rostro.
El bolero del Jardín Juárez
Con cerca de 40 años de experiencia, Julio se acomoda cada día en su banco, salvo en contadas fechas como Año Nuevo o Navidad. En casa lo esperan su hermana y sus sobrinos, a quienes ha sostenido gracias al brillo de unos zapatos.
“Comencé como a los 13 o 14 años. Vengo de una familia de boleros. Como soy una persona incapacitada no puedo hacer otro trabajo más pesado”, recordó en entrevista para NORO.
Antes probó como paletero o vendedor de periódicos, pero fue el oficio que le enseñó su padre el que se quedó en su vida, porque le permite trabajar sentado. Mientras habla, sus manos se concentran en sacar brillo a los zapatos de uno de sus clientes más fieles, que sonríe al escuchar otra de sus historias.

“La plaza ya no es la misma. Ha cambiado mucho… ahora puro tenis, puro zapato desechable. Ya no viene mucha gente como antes”, dice. Pero Julio no pierde sus ganas de salir adelante.
“Estamos en servicio, ¿me entiendes? Se le da el servicio a quien venga. Grande, chico, viejo, sea quien sea”.
Julio Sanchez.
A unas calles de distancia, otro hombre también enfrenta el paso del tiempo, aunque en su caso lo tiene entre las manos: el relojero.
El oficio que desafía al tiempo

Entre los múltiples puestos del centro destaca uno en particular: el de Salvador Rubio, relojero y comerciante. A primera vista, su mirada transmite una mezcla de cansancio y nostalgia.
Aprendió el oficio de su tío y su hermano. “Me enseñó él y luego también mi hermano, y ahí poco a poco la práctica te da el conocimiento”, recuerda. Con el tiempo abrió su propio puesto, donde además de reparar relojes vende gorras, bocinas y otros artículos.


Hoy, son pocos los que ofrecen este servicio en la ciudad. Salvador sabe que cada vez menos jóvenes se interesan en aprenderlo. Sus propios hijos apenas le ayudan de vez en cuando.
“Ha cambiado mucho. Antes había muchos relojes automáticos. Ahora ya más de pilas, más desechables últimamente”
Salvador Rubio.
La tecnología ha transformado el oficio, pero Salvador también culpa al calor extremo de Hermosillo. El clima sofocante reduce la afluencia de clientes y hace aún más difícil sostener el puesto.
Más adelante, el olor a pegamento, cuero y pintura nos guía hacia otro taller que también lucha por sobrevivir, el de un zapatero.
El legado de un zapatero en Hermosillo

En una esquina del centro, el negocio Sonora Industrial guarda casi cien años de historia. Su actual heredero es Alejandro Carranza, tercera generación de zapateros.
“Yo de chamaco me venía para acá, con mi papá, mi mamá y mis abuelos. Me gustó y aquí sigo”, cuenta entre risas.
El taller huele a cuero y pegamento. Alejandro disfruta especialmente la parte de pintar calzado: “Eso es lo que más me gusta”, confiesa. Sin embargo, reconoce que el oficio se apaga poco a poco.
“La verdad sí, se está acabando. Todavía hay algunos colegas, pero ya no es como antes. Ya casi no hay talabarteros… muy pocos. Se está acabando cada vez más”
Admite con cierta tristeza.


Según él, la industria de la moda rápida y las importaciones baratas han cambiado la cultura del consumo.
“La gente solo compra y tira. Modas que desaparecen en un abrir y cerrar de ojos”, afirma Alejandro.
Aun así, recuerda con humor anécdotas de su trato con clientes, como aquella vez en que una mujer juraba haber dejado un par de zapatos en su taller. Alejandro, sin contradecirla, salió al negocio de enfrente y encontró el par para entregarlos. “Muchas gracias, me dijo. Yo solo sonreí. Son de esas historias que uno no olvida”.

Tres oficios, tres historias que parecen distintas, pero que en el fondo comparten lo mismo: la resistencia. La de no dejarse vencer por la prisa de un mundo que avanza sin mirar atrás.
Julio, Salvador y Alejandro no solo reparan zapatos, relojes o maletas. Con cada cliente, reparan también una parte de la memoria de Hermosillo, una ciudad que cambia todos los días, pero que todavía tiene rincones donde estos oficios siguen vivos.
La resistencia del día a día


El sol cae sobre Hermosillo y la vida sigue su curso. Entre el ruido del centro y el calor que no perdona, todavía se pueden ver manos que lustran, reparan y ajustan.
Julio, Salvador y Alejandro no saben si sus oficios sobrevivirán al paso del tiempo, pero cada día, al abrir su banco, su puesto o su taller, deciden resistir.
Los tres comparten las mismas razones que han puesto a sus oficios en riesgo. La industrialización que abarató la producción, las modas rápidas que hicieron desechables los objetos, la tecnología que cambió hábitos de consumo y hasta el clima extremo de Hermosillo, que muchas veces juega en contra del trabajo en la calle.

“Los oficios son, a veces, una forma de resistencia, porque se enfrentan a todo. Si queremos preservarlos, no basta con la nostalgia: tenemos que comprender al oficio, a la persona y a las dinámicas que lo rodean. Solo así tiene sentido mantenerlos vivos”
Concluye el historiador.
En esa idea de resistencia se cruzan el pasado y el presente. Lo que antes eran oficios indispensables hoy apenas sobreviven en pequeños rincones de la ciudad. Sin embargo, quienes los practican se mantienen firmes, aferrados al trabajo y a esta forma de vida.


Julio lo resume con la sencillez de alguien que lleva más de cuarenta años boleando zapatos en el Jardín Juárez: “Tengo toda mi vida trabajando aquí… y como te digo, el que venga, el que se suba conmigo, yo lo boleo”.
Si estas manos dejaran de trabajar, lo que perdería Hermosillo sería la sonrisa de Julio esperando en su banco, la paciencia de Salvador ajustando engranes y la voz de Alejandro recordando a su abuelo en el taller. Perdería la memoria viva de tres hombres que han hecho de su oficio una forma de vida.
La práctica de estos oficios forma parte de la memoria de la ciudad. Porque mientras haya alguien que se siente a bolear sus zapatos, a reparar su reloj o a salvar sus zapatos gastados, Hermosillo seguirá recordando que hubo un tiempo en que todo se arreglaba con paciencia y oficio.










