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Tolosanto, la ceremonia yaqui para celebrar el Día de Muertos

Los yaquis son un pueblo indígena del estado de Sonora que siempre se ha caracterizado por defender su territorio, su cultura y su autogobierno. El tolosanto, la celebración para sus muertos, es muestra de ello

Los rituales para celebrar a los muertos en los pueblos indígenas son fruto del sincretismo entre las tradiciones ancestrales de cada uno y el catolicismo que llegó junto a la colonización a través de la evangelización española a partir del siglo XVI.

Como todos los pueblos americanos, los yaquis veneraban a los astros y la naturaleza, y su dios principal era el sol, nombrado como el Gran Creador, a quien eran entregados el cuerpo y el espíritu del difunto en una ofrenda al fuego.

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Las flores de cempasúchil, originalmente usadas por pueblos indígenas para sus ofrendas, son una muestra del sincretismo que caracteriza al Tolosanto. Foto: Conecta

Con el muerto se iban sus armas y sus pertenencias, depositadas sobre un tapanco (plataforma elevada) al que se prendía fuego. Con la llegada de los españoles, el tolosanto cambió en su concepción del mundo material, que perdió importancia y ya no se entierran a los muertos con todas sus posesiones, sino que solo se los calza con sandalias nuevas.

Cosmovisión yaqui detrás del tolosanto

Cuando en una familia yaqui hay un deceso, los parientes de la persona finada invitan a familiares y amigos a la velación. Se nombran a los padrinos del recién fallecido, quienes cuelgan en su cuello varios rosarios benditos. Al resto de parientes se le ofrece velas para que saluden al difunto. Después de mostrarle sus respetos, deben abandonar la casa por la salida al este, por donde sale el sol y se apagan las velas.

Luego, el cuerpo del difunto debe llevarse a la cruz del perdón, que suele ser sencilla, de madera y grande. Esta se encuentra en la entrada del panteón en las comunidades yaquis.

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La danza del venado es una de las manifestaciones más conocidas del pueblo yaqui y también se hace presente durante el tolosanto. Foto: Conecta

Ante esa cruz el difunto pide perdón por sus faltas para después ser enterrado. A partir de ese día, su alma inicia un viaje de un año por un camino oscuro, hasta que llega al sewa ania (mundo flor), donde los animales, las plantas y las personas viven en armonía. Desde ese lugar ultraterreno regresará cada octubre a visitar a los vivos durante el tolosanto.

Según la cultura yaqui, el cosmos está dividido entre Pueplum (comunidades humanas) y Huya Ania (mundo del monte), que es un territorio sagrado para esas almas y fuerzas.

La festividad del tolosanto comienza desde el 1 de octubre, cuando se realizan algunas oraciones y en el exterior de la casa se comienza a levantar el tapanco donde se colocará la ofrenda. El tapanco es una mesa elevada, constituida por una plancha de varas de batamote soportada sobre postes de álamo o mezquite. Simboliza la propia casa tradicional yaqui y la mesa de la última cena, pero también evoca la estructura donde, en tiempos prehispánicos, se incineraba a los difuntos.

¿Qué significa el tapanco?

El tapanco es una reminiscencia de la estructura donde los yaquis de la época prehispánica cremaban a sus muertos. Debe hacerse con cuatro horcones (palo en forma de Y) de mezquite y una tarima tejida con ixtle y varas de batamote (típica del desierto del noroeste de México).

Por la noche y madrugada del 1 al 2 de noviembre se lleva a cabo la velación en el panteón, donde algunas familias construyen su tapanco. Se realiza una plegaria general por parte del “grupo de la iglesia” y luego sus integrantes recorren cada tumba, donde los familiares acompañan a sus difuntos con rezos y canciones populares. Aunque los alimentos se reparten después de estos ritos, el tapanco se mantiene hasta finales de noviembre, cuando los espíritus regresan al cielo.

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En las celebraciones del Tolosanto se incluye la visita al panteón en cuya entrada hay una cruz en la que el difunto pide perdón. Foto: Conecta

Sobre el tapanco se depositan flores naturales y de papel, por lo regular rojas y blancas; frutas como mandarina, caña, granada, manzana, plátano y sandía; guisos como wakabaki (caldo de res y verduras), frijol con puerco y carne con chile; tamales, pan de dulce y tortillas de harina, además de agua, sal, dulces, cigarros, café, pinole y piloncillo. Del “vapor” de estos productos se “alimentan” los espíritus. Debajo, sobre la tierra, se colocan veladoras y velas, por lo general cuatro para cada difunto, cuyos retratos también cuelgan cerca del suelo.

Fuentes: Gobierno de México, Matador Network, Museo Indígena, Tecnológico de Monterrey

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