Capítulo 02:
Historia de un regreso al mar

Bahía misteriosa

Seis décadas antes, el capitán Francisco de Ulloa la describió como una bahía de fuertes vientos y estéril litoral, cuyo único refugio para las tormentas era la isla contigua de alta cordillera, que nombró De los Cedros.

En el intento de alcanzar un norte incierto su expedición cedió a la zozobra, trazando en su incompleto derrotero una lemniscata, forma que algunos historiógrafos percibieron como enigma y la mayoría como presagio. Los supervivientes al tornaviaje reportaron el avistaje de quinientas ballenas, de una especie proclive a rascarse contra el casco de los navíos y con ello aterrorizar a los marineros, las cuales lograron sortear gracias a un viento favorable, que recibieron en respuesta a sus muchas oraciones.

Para las tripulaciones consagradas de la época, los juegos de las criaturas submarinas con las embarcaciones eran una manifestación demoníaca; derivas que podría sortear sólo aquella nave cuyo capitán era Cristo. Por ello, seguirlas sería ceder ante la tentación y condenar su alma.

Esta iteración de la presencia de ballenas presumía un escondite. El navegante europeo encontraba en su régimen de vientos y el dibujo de su relieve costero, la analogía clásica (es decir, grecolatina) de los peligros evocados por los Sirtes africanos —zona de naufragios y pretendida abundancia de monstruos marinos— únicamente dominada por el héroe mitológico Jasón y sus Argonautas.

Ante la falta de puertos de resguardo en la costa occidental de la California novohispana, la resolución del misterio quedó a merced de la casualidad y del tiempo.

Siete décadas de presencia jesuítica en la península no disiparon las dudas sobre la bahía en cuestión y sobre sus marinos habitantes. Restringidos por la disponibilidad de senderos y de agua a la costa oriental y a las cordilleras, el Pacífico y el llano despertaron poco interés en los misioneros, que sin embargo reconocieron en los balénidos cierta diversidad de dimensiones. Identificaron una clase particular más pequeña y abundante que los rorcuales, a la cual llamaron “ballenatos”.

Eruditos autodidactas, los jesuitas registraron con rigor y voluntarismo la flora y fauna de Tierra Adentro y el Golfo de California, así como detalles excepcionales de su geografía.

Aprendieron las diversas lenguas del desierto y describieron los modos y usos de sus habitantes, a los cuales convirtieron en la fe y doblegaron al sedentarismo. Asentaron en libros el eco de las culturas sometidas, en donde se entrevé un peculiar culto por las fuerzas naturales y por los espíritus sin nombre.

Ignoraron —u omitieron— en sus compilaciones un hecho indescartable: mil ballenatos entrando cada año a una franja de mar oculta del océano.

Mapa

Bahía grande y misteriosa

Algunos han entrevisto en esta falta —que asemejara a obcecación— la razón de los secretos de arcano. Los nativos conversos moraban en las misiones orientales, pero algunos de ellos retomaban ocasionalmente el nomadismo, donde se presume que procuraban la costa oceánica para rehabilitar sus cultos paganos.

Pasado el periodo de ausencia, los arrepentidos cochimíes debían solicitar la confesión para poder reincorporarse a la vida misional. El pecado confesado pudo haber sido la ruta y el rito: la laguna mágica detrás de una barrera de dunas, el refugio invernal de mil ballenatos. El secreto quedaría entonces sellado bajo el sacramental sigilo, lo que haría imposible informarle. Para esa escenificación del pasado que son los mapas y la crónica, el refugio permaneció invisible hasta entrado el siglo XIX.

Camino a la Bahía misteriosa en Baja California

Visita las islas De las Aves (Afegùa) y De la Neblina (Amalgua) —que otros nombraron Cedros— donde bautiza a sus nativos y los lleva consigo al continente. Antes de regresar a la Misión de San Ignacio, Taraval escala la montaña de esta ínsula y avista “tres islillas” en medio de la bahía a las cuales nombra “Islas De Dolores”.

Refiere a su vez que los nativos conversos perseguían a las ballenas que frecuentaban la zona, aprovechando sus nervios para construir los arcos con los que les daban caza. No escapa a la sospecha el silencio consiguiente, que hace suponer culpa en los conversos y en los clérigos prudencia. La extinción de los primeros durante las décadas siguientes y la expulsión de los segundos de territorios españoles en 1768, sellaría en silencio aquel pacto secreto.

El imaginario del riesgo relacionado a ese litoral sobreviviría a la disolución de las misiones en 1833. Pocos años después, el buque ballenero británico Toward Castle encallaría en la costa de una de las “islillas” de arena.

El naufragio no cobraría vidas humanas en primera instancia, un pequeño bote partiría al sur en busca de ayuda, mientras el resto de la tripulación permanecería en un pequeño asentamiento en la costa. Al arribo del socorro, los rescatistas hallarían una casa levantada con los remanentes del naufragio, y los restos de sus habitantes muertos de sed.

El viajero Arthur W. North relata en su Camp and Camino in Lower California, que hacia el año 1909 no había un solo peón con burro en la misión de Santa Gertrudis con el arrojo de conducirlo hacia la planicie sudoriental, la cual desconocían.