Capítulo 03:
La crianza de las ballenas grises

El lenguaje que la ballena gris aprendió en el desierto

Por aquel entonces, el sitio era el emplazamiento temporal de campos pesqueros que aprovechaban la abundancia de tortugas marinas en la región.

Con base en el testimonio de informantes locales, Gardener iba más allá en sus afirmaciones: la ballena gris, nos dice, es una criatura singularmente inteligente, capaz de distinguir certeramente a sus cazadores de aquellos dedicados a la mera extracción de tortugas.

Esta distinción daba como resultado que en la práctica, los tortugueros bajacalifornianos navegaran indemnes por las apacibles aguas de la albufera, que a diferencia de sus contrapartes los balleneros extranjeros, habían sido hasta hace poco demarcaciones de enorme riesgo.

Apenas una década antes, el raquítico número de ballenas grises hizo insostenible su caza, por lo que la Comisión Ballenera Internacional la prohibió. El plan de la industria era que una vez recuperada su población, la caza pudiera retomarse con fines comerciales.

A mediados de siglo, para los ojos del mundo moderno las ballenas continuaban siendo criaturas salvajes y temibles, pero cuya preservación redituaba en copiosos beneficios.

Por su parte, la ballena del desierto aún ostentaba aquel prestigio demoniaco que la consagró en el imaginario popular durante la época dorada de la caza industrial; por lo que surcar las aguas de su milenario refugio, era visto por los anglosajones como un acto de gallardía inaudita. En contraste, para los pescadores mexicanos se trataba de una criatura más bien esquiva con la que se mantenían relaciones de distante respeto, y cuyo comportamiento trazaba estratagemas únicos que obedecían a la lógica de una comunidad submarina finamente organizada.

Una aproximación súbita o un sólo ataque en su contra, provocan la animadversión de todo el colectivo cetáceo para con la embarcación agresora, la cual podía durar todo el invierno y ser pagada con la vida. En cambio, la copresencia cotidiana y sin agresiones se revelaba como perfectamente viable.

Hacia los años cincuenta la Bahía Vizcaíno era un territorio apenas habitado,

donde se proyectaba la construcción de un puerto para la explotación de 40 mil hectáreas de llano y de marismas, recién concesionadas por el gobierno mexicano al magnate estadounidense Daniel K. Luwdwig para la extracción de sal marina. La presencia de pequeños campamentos tortugueros en la zona se remontaba tres décadas atrás con el arribo de serranos peninsulares y de pescadores del centro de México.

Sus observaciones de las ballenas se destacaron sobre las de su época, ya que éstas tenían lo que la investigación formal carecía: la experiencia, la paciencia y su reflexión en el tiempo. Su noción empírica alojaba un enigma ineludible.

Línea del tiempo

¿Qué se dicen los Gigantes grises?

Si las gigantes grises se comunicaban entre sí, debía mediar entre ellas un lenguaje y por lo tanto, un código. Sin embargo, a diferencia de otras especies de ballenas —como las jorobadas o las azules— cuyo canto había sido minuciosamente descrito desde hace al menos un siglo, de las grises no era conocida facultad vocal alguna.

Partiendo de informaciones similares, en 1950 Carl Hubbs había realizado una expedición a la laguna San Ignacio, y una vez rodeado de cetáceos había colocado un hidrófono entre ellos, no logrando grabar más que el traqueteo de diminutos camarones. A parecer de Hubbs se trataba en este caso —al igual que en las jirafas— de un mamífero sin voz: “la ballena silente”.

La comunicación de las ballenas en el desierto

Algunos periódicos estadounidenses de la época llegaron a publicar sesudas teorías sobre la comunicación telepática entre ballenas y otras especies, habiendo incluso quienes se atribuyeron la habilidad de comunicarse con éstas sin otro instrumento que su propia mente.

En 1957, balleneros soviéticos registraron y describieron los sonidos de una ballena gris como “rugidos de bajo tono”, pero la Guerra Fría en ciernes provocó que dichas informaciones permanecieran al margen de Occidente, prevaleciendo por muchos años en la cultura popular, esa noción parapsicológica.

Su aparente mutismo, una estrategia

En febrero de 1965, con las instalaciones salinas operando plenamente en la región contigua a Ojo de Liebre, el parque de atracciones marinas Sea World patrocinaría la captura y traslado con vida de una cría de ballena gris a un oceanario de San Diego, para realizarle diversos estudios y experimentos.

La expedición previa identificó diversas vocalizaciones, las cuales fueron descritas como “gruñidos de rana” (croaker-like grunts), “susurros de baja frecuencia” (low-frequency ‘rumbles’), ‘clics’ metálicos y el llanto de la cría capturada, a la que se daría el nombre de Gigi. Ésta soportaría sólo dos meses en cautiverio, antes de morir de una infección desconocida.

Para inicios de los años setenta, la creencia en la mudez de las ballenas grises se había disipado por completo. Por el contrario, se advirtió que se trataba de una de las especies cetáceas con cantos de mayor frecuencia y diversidad de rango acústico. La razón de su aparente mutismo pertenecía a una estrategia de sigilo frente a las amenazas: confundir sus mensajes con el sonido del oleaje, y pese a su tamaño, ocultarse.