Capítulo 04:
Cantos de vida y muerte: los sonidos de las ballenas grises

La ballena de Gray

Ante la polémica medió John Edward Gray, cuidador de los acervos fósiles del Museo Británico de Historia Natural, quien coincidió con Eschricht en que se trataba de un genus distinto. Propuso entonces una designación salomónica que integraba ambas apreciaciones: denominar a la especie recién descrita como Eschrichtius robustus.

Irónicamente, el nombre común de la especie se asoció al naturalista que había conciliado la polémica: “the Gray’s whale”, ‘la ballena de John Gray’. En el inglés americano, “gray” es el color gris —a diferencia del británico, donde se escribe con ‘e’—. Para el aficionado a la información enciclopédica, “ballena gris” hacía referencia a una especie extinta del Atlántico europeo hace cientos de años. Circunstancias igualmente azarosas discurrirían para que ese nombre se fusionara con el de sus contrapartes aún vivas en el Pacífico.

Ballena de California

Por esos mismos años, la caza industrial en la península de Baja California llegaría a su clímax. El éxito inusitado de Charles M. Scammon y compañía, había provocado que buques balleneros de todo el mundo arribaran a las lagunas Ojo de Liebre, San Ignacio, y la Bahía Magdalena; y con ellos llegaron nuevas formas de nombrar a la formalmente designada como “ballena de California”: Rhacianectes glaucus.

Los balleneros británicos, así como algunos americanos provenientes de la costa este, llamaban a este cetáceo coloquialmente ‘scragg whale’: ‘ballena flaca’, ‘ballena de mala calidad’; o ‘scrag whale’: ‘ballena rasgada’.

El nombre, que podría haber surgido como una designación peyorativa respecto a cetáceos más grandes, ya había sido utilizado siglos antes en la costa oriental de América del Norte, para referirse a las ballenas costeras que los colonos de Nueva Inglaterra solían cazar a finales del siglo XVII. Esta especie de ballena atlántica sería designada por el paleontólogo estadounidense Edward Drinker Cope en 1868 como Agaphelus gibbosus.

Sería Scammon el primero en utilizar formalmente el apelativo común de ‘ballena gris’ para la especie cazada en las costas de ambas Californias —seguramente tomándolo del apodo ‘gray-back’ que utilizaban los marineros de la época—.

En una misma década y por caminos distintos, poblaciones atlánticas y del Pacífico, extintas y en vías de extinción, llegaron a ser reconocidas con un mismo nombre.

Las tres asignaciones latinas —junto a muchas otras que se sumaron en el camino— serían integradas en una sola, más de un siglo después. La coincidencia en el nombre precedió a la concurrencia en taxonomía.

Audio subacuático de una ballena gris

El siglo XX que observó la recuperación de las poblaciones de ballenas grises luego de la prohibición de su caza comercial en 1937, descubrió a su vez que las extintas del Atlántico y las supervivientes del Pacífico, en realidad pertenecían a la misma especie, o al menos, estaban estrechamente emparentadas.

Si el vestigio de la “sandlooegja” islandesa o la “otta sotta” testimoniada por los vascos en pleno siglo XVIII, era tratado aún a mediados del siglo XX como la mera invención de marineros imaginativos, no era muy distinta la consideración que inicialmente tuvo el rumor del carácter afable que las ballenas grises exhibían ante los humanos en sus santuarios invernales en el noroeste de México.

La existencia de una criatura marina que en su estado silvestre se acercaba a las embarcaciones a juguetear, parecía más producto del folclor que de una observación naturalista. Sin embargo, lentamente emergió la evidencia de que en la genealogía de esos nombres se hallaba el rastro de observaciones extraordinarias.

Don’t touch the whale!

En 2012, hallazgos análogos en las ruinas de Tamuda en Marruecos confirmaron la noción de una incipiente industria salina en territorios romanos alrededor del siglo V, junto a la cual coexistiría una rudimentaria caza de ballenas grises.

El contexto de los hallazgos relativos a dicho periodo histórico en el Estrecho de Gibraltar y otras partes del Mediterráneo, sugiere la existencia de ecosistemas como los que aún se conservan en los santuarios de la costa del Pacífico en la península de Baja California.

La fragilidad de estos entornos y la profunda dependencia de las ballenas grises de los mismos como refugio invernal para la crianza y reproducción, hacen suponer en el caso de la arcaica Europa, que el inicio de la extinción de las ballenas grises atlánticas habría sido por causas humanas.

Acaso un vestigio arroje luz sobre historias ya olvidadas. En el siglo I, el historiador griego Cayo Plinio Secundo —“El Viejo”— describió con elocuencia la forma en que las orcas atacaban a las crías de las ballenas que visitaban la costa gaditana durante el invierno; observación idéntica a la realizada cada año, veintiún siglos después, en costas del Pacífico americano.

Certeramente retratadas por las fuentes clásicas, las observaciones serían ilustradas por el naturalista alemán Conrad Gessner, quien vivió en una Europa sin ballenas grises, pero que atendiendo al relato del griego, ilustra con fascinación las diferencias entre las orcas y las ballenas extintas, así como la costumbre de éstas de rascarse contra el casco de las embarcaciones.

Al calce se lee: “BALÆNA CVM ADIVNCTA ORCA EAM PERSEQVENTE”, “ballena adherida a una orca que le persigue”; “BALÆNA ERECTA GRANDEM NAVEM SVBMERGENS”, “ballena sumergiendo un barco inmenso”.

Cementerio de Ballenas

Colección de más de ochenta restos de ballenas grises hallados en un islote sumergido en la laguna Ojo de Liebre. Éstos muestran diferentes estados de descomposición, lo que hace suponer que corresponden a varamientos acontecidos a lo largo de varias décadas.

Ocultos por el agua de mar la mayor parte del año, durante las mareas bajas los cuerpos de las ballenas muertas salen a la superficie apenas unas horas. Luego regresan a su largo descanso sumergido, donde se transforman en alimento y hogar para cientos de especies de fauna y microorganismos marinos.

La concentración natural de estos restos y su preservación, es de una importancia capital para los ecosistemas de albuferas de la costa del Pacífico, pues provee a los mismos de toneladas de nutrientes provenientes del Ártico, sustraídas durante la alimentación veraniega de las ballenas grises y transportadas por éstas hasta los litorales mexicanos.

Esta serie fotográfica fue realizada como parte del proyecto “Cartografías” del ciclo de investigación arte-ciencia Los Juegos del Leviatán (2017-2022), desarrollado por la plataforma Stultifera Navis Institutom.