Capítulo 05:
Ballenas grises y humanos:
una historia compartida

Nuestras ballenas mexicanas

Conmovido por el encuentro y ante el esfuerzo de narrarlo, el poeta declaraba que tal como sus resoplidos rompían la superficie de las aguas, las metáforas e imágenes de la ballena gris —y acaso su extensa genealogía de nombres— se disipaba en el aire.

Apenas una década antes, el gobierno mexicano había declarado la laguna Ojo de Liebre como “Zona de Refugio para ballenas y ballenatos”, en el entonces territorio de Baja California. En ese mismo lustro el fenómeno de las “ballenas amistosas” comenzaba a ser documentado en la laguna San Ignacio.

En 1976 el Royal Polaris, navío de investigación patrocinado por el Instituto Smithsoniano, arribó a esta albufera proveniente de San Diego y registró el fenómeno ya por entonces conocido por los pescadores locales. Ese mismo año, el diario San Diego Union publicaba un artículo titulado: “¿Está la ballena gris de California llegando a un détente con los humanos? Cada vez hay más evidencia de que es así”.

Más prudentes pero no omisos ante la evidencia, un grupo de científicos que desde hace años estudiaba la especie, publicó en 1981 una brevísima —y acaso tímida— nota en The Journal of the Acoustical Society of America, donde atribuían las aproximaciones al ruido de los motores:

“Las investigaciones sobre ballenas grises en la laguna San Ignacio previamente han documentado su comportamiento ‘curioso’ o ‘amistoso’ hacia las embarcaciones. Este comportamiento se observó nuevamente durante estudios de conducta realizados en marzo de 1981 en esta laguna. La respuesta inicial pareciera haber sido detonada por el ruido subacuático generado por los motores fuera de borda […]. Éstos permanecieron en neutral, manteniendo a las ballenas cerca por alrededor de tres horas.

Algunas se alejaron una vez que el motor fue apagado. Los comportamientos alrededor de los navíos fueron videograbados. Los perfiles de ruido de las embarcaciones y del ambiente fueron recolectados y analizados. Este comportamiento “curioso” prevalece sólo en áreas donde las ballenas son repetidamente expuestas a la actividad de pequeñas embarcaciones. Este comportamiento único ha ocurrido por los últimos cuatro años en la laguna San Ignacio, y solo recientemente ha sido descrito en la laguna Guerrero Negro.”

Sin embargo, la cautela de los especialistas no empañó la celeridad de los cambios en la relación entre ballenas y humanos.

Mientras las interacciones eran cada vez más cercanas y más comunes, fueron en aumento en San Ignacio, así como en otras áreas de la península bajacaliforniana. En cambio, el avistamiento de ballenas grises en zonas del Golfo de California donde hasta hace poco era común,comenzó a decrecer hasta volverse extremadamente inusual.

Fue el caso de la Bahía Santa María en Sinaloa, así como de la playa Tojahui y la laguna de Yavaros en Sonora, donde se les llamaba coloquialmente “ballenas pintas” —por las abundantes marcas que en su piel dejan los percebes—. Las razones de este abandono apuntan al crecimiento acelerado de actividades de pesca industrial y tráfico marítimo en la zona, lo que la haría menos acogedora que los protegidos santuarios bajacalifornianos.

Defender a la ballena gris antes de que su silencio sea permanente…

En la década de los noventa, la preocupación por la preservación de la condición prístina de estos sitios, llevó a un grupo de intelectuales mexicanos y extranjeros a oponerse públicamente al desarrollo del proyecto “Salitrales de San Ignacio”.

Este grupo conocido como el “Grupo de los Cien” y liderado por el poeta Homero Aridjis, rechazaba la construcción de instalaciones salinas en la laguna, similares a las construidas en el llano contiguo a las lagunas Ojo de Liebre y Guerrero Negro y que en los años setenta había pasado a manos de la paraestatal con participación extranjera Exportadora de Sal.

Dado que su operación potencialmente podría tener efectos nocivos en la reproducción y supervivencia de esta especie en la zona, la causa de Aridjis —que llamaba a las grises nacidas en México “nuestras ballenas”— logró un respaldo social inaudito, lo que ocasionó que a la larga el proyecto se cancelara. En un artículo publicado en febrero de 1995 escribía: “todos debemos hablar en defensa de la ballena gris antes de que su silencio llegue a ser permanente”.

Ballena misteriosa

Inspirado en la historia del hallazgo de Scammon en el siglo XIX, el francés Jean Marie LeClèzio recuperó el vocablo Natick —posiblemente usado siglos atrás para nombrar a la ballena gris del Atlántico— para titular su relato Pawana.

En él, describe a las ballenas como diosas livianas, retratando al viejo Scammon, metáfora del hombre moderno, como un personaje arrepentido de haber destruido el paraíso.

El tema fue a su vez abordado por el periodista Dick Russell quien en esos años, siguió la ruta de las ballenas grises desde sus zonas de crianza y reproducción en México —y las hipotéticas de Asia— hasta las áreas de alimentación veraniega en el Ártico. Fascinado por los efectos ‘espirituales’ de los encuentros cercanos con esta especie, y su voluntad de aproximación pese haber sido exterminadas por los humanos décadas antes, en su Eye of the Whale (‘El ojo de la ballena’) publicado en 2006, plantea la noción audaz, de que habiendo recuperado su refugio invernal, “la ballena misteriosa” pareciera habernos perdonado.

¡No toque a la ballena!

En contraste, en las costas de la Norteamérica anglosajona el contacto con mamíferos marinos está proscrito. Con el advenimiento de los medios digitales, el registro y la publicación en línea de avistamientos cercanos de ballenas grises en la costa del Pacífico se ha vuelto común, así como una frase enérgica repetida por los prestadores de servicios turísticos: Don’t touch the whale! (No toque a la ballena).

En ocasiones, la amonestación pareciera contradecir la voluntad del cetáceo y quebrantar el encanto del momento. Al parecer de los cetáceos, en estas zonas los humanos podrían parecer menos amistosos.

Escapan a la prohibición algunas naciones originarias del Pacífico Norte, quienes a su vez preservan para la criatura los nombres que le otorgan facultades sacras:

‘Antokhak’ por los inuit (de Alaska), ‘Ee-toop’ por los tse-shahts (de Vancouver), ‘Sih-wah-wihw’ por los makah (de Washington), entre muchos otros. Con ello prevalece el testimonio —y en algunos casos, la práctica— de los juegos que los antiguos realizaban con los ‘hermanos’ o ‘espíritus del mar’ a bordo de pequeñas embarcaciones de madera, en algunos casos como parte de rituales de caza, y en otros, como meras formas atávicas de intercambio interespecies.

En cualquier caso, pareciera que a lo largo de su extenso circuito migratorio, es la ballena gris el agente responsable de disipar la ambigua frontera entre la naturaleza y la cultura humana.

El perdón de la ballena

En 2021 la aparición de una ballena gris en las costas del Mediterráneo sorprendió a los habitantes del sur de Europa y del norte de África. En un caso con pocos precedentes, el cetáceo juvenil de ocho metros pareciera haber recuperado la ruta que Plinio describiera veinte siglos antes, y donde quizá fuera llamada “Cetus” o “Leviatán”.

Luego de merodear desnutrida por las costas de Italia, Francia y España, escoltada por la guardia costera para garantizar que nadie se acercara y ésta no varara en una zona turística, la ballena temeraria desapareció sin dejar rastro. En 2012 otro ejemplar de dicha especie apareció frente a las costas de Israel, y en 2013 otra lo hizo en las costas de Namibia, al sur de África, convirtiéndose en el animal marino con la migración más larga jamás registrada.

Imposible que del avistamiento anómalo de una ballena, no surja un relato que emana el aroma de un presagio cuya lectura nos sea de momento inasequible.