Nuestras ballenas
A mediados de la década de los ochenta, en un modesto cuadernillo de poesía publicado por la Universidad Veracruzana, el joven Vicente Quirarte daba cuenta de su visita a la Bahía Magdalena en Baja California Sur. “El milagro ya es tan cotidiano, que nadie se asombra ante las apariciones”, escribía. Para entonces, los acercamientos amistosos de las ballenas grises a las embarcaciones durante la estancia en sus santuarios invernales se habían convertido en algo común.
Gradualmente, los cetáceos habían empezado a permitir ser acariciados por los humanos visitantes y entablaba con éstos dinámicas de juego insólitas.