Microscópicos seres, portadores de toxinas, se multiplican en los mares y se expanden por el Pacífico mexicano provocando daños a la salud humana y al entorno marino, además de pérdidas económicas en las comunidades del Mar de Cortés.
El silencio sobre el camino de terracería que conduce al poblado de San Buto en Baja California Sur, México, advierte sobre la incertidumbre que viven aquellos que se dedican a las artes de pesca y cultivo en el océano. No es la primera vez que el gigante tapete rojo que se extiende sobre el mar ha devastado el patrimonio de sus casas construidas de cartón y bloques grises. El miedo crece entre los habitantes cuando observan que sus costas han sido invadidas por otro florecimiento algal tóxico, conocido como marea roja.
Algunos peces, tortugas, aves y mamíferos marinos han muerto por efecto de los algales nocivos. Y se estima que al menos 32 humanos han muerto en la últimas décadas en México por ingerir biotoxinas paralizantes. Sin embargo, podrían ser más porque los síntomas por intoxicación por estas algas se podrían confundir con cualquier otro padecimiento.
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