Capítulo 01:
Genealogía de una criatura sin nombre

Avistamientos de ballenas

Scammon registra minuciosas descripciones de lo que él considera ‘los hábitos’ de las ballenas grises, producto de más de dos décadas de observaciones realizadas en las aguas del Pacífico Norte, desde el extremo sur de la península de Baja California hasta el mar de Ojotsk, en Rusia. Entre ellas, destaca el comentario sobre un fenómeno observado en las costas mexicanas:

A veces, en climas tranquilos, se les ve acostadas en el agua, inmóviles, manteniendo la misma posición durante una hora o más. En esos momentos, las gaviotas y los cormoranes se posan con frecuencia sobre las enormes bestias. La primera temporada que estuvimos en la costa de Baja California, bajamos los botes del barco en varias ocasiones para acercarnos a ellas, pensando que los animales estaban muertos o durmiendo. Pero antes de que los botes siquiera llegaran a una distancia de tiro, estaban moviéndose nuevamente.

Aparte del sueño intermitente —observación insólita, si la hay—, Scammon advierte que los “monstruos marinos” se alimentan en el litoral bajacaliforniano, conducta cuya corroboración era polémica hasta hace un par de décadas. Describe con detalle la temporalidad y trayectoria de su ruta migratoria por el litoral americano, y da cuenta de los reportes de avistamientos de la misma especie en los mares de Taiwán y de China.

Hombre de mar, Scammon pasaría veintiún años al servicio de la Marina Mercante estadounidense, nueve de los cuales estarían dedicados a la caza de ballenas, actividad gracias a la cual alcanzaría riqueza y fama. A él se le atribuye, el abrir a los navíos occidentales la ruta hacia las lagunas San Ignacio y Ojo de Liebre —refugios invernales de esta criatura marina—, e iniciar en ellos su caza para la extracción del por entonces muy preciado aceite.

Por lo tanto, no es de extrañarse que la mayoría de las descripciones que registra el comportamiento de las ballenas grises, corresponden a la conducta de la especie dentro del contexto de su caza industrial. Si bien el tono de sus exposiciones es austero y elegante, no han sido pocos los que, en su fascinación por la criatura cazada, entrevé la emergencia implícita de un tono melancólico causado por el exterminio del cual él mismo formó parte.

El libro apareció por primera vez en San Francisco, en una bella edición ilustrada que el Overland Monthly no tardó en reseñar y reconocer como “la publicación científica más importante realizada en California hasta entonces”.

Las láminas incluidas mostraban retratos naturalistas de diversas especies de mamíferos marinos, con un marcado hincapié en la taxonomía y vida de las ballenas grises, incluidos los diversos entornos que habitaban a lo largo del año y las técnicas para darles caza.

Sin embargo, al momento en que la publicación ve la luz, la situación del mamífero en cuestión se acercaba a la condición de leyenda.

Ballena gris

La caza industrial de ballenas grises en sus sitios de crianza iniciada a mediados del siglo XIX, había disipado su presencia en las costas americanas.

El erudito David A. Henderson estimó que para 1874, cuando se publicó el libro de Scammon, se habrían matado más de ocho mil ejemplares de la especie en el litoral del Pacífico oriental. Era tan escaso su número, que se abandonó la caza industrial al considerar que su comercialización ya no era un negocio rentable.

Cuando en 1912 la expedición del célebre Roy Chapman Andrews llega a Japón y encuentra en sus aguas una ballena gris, el explorador estadounidense afirmó haber redescubierto una especie extinta. Si bien Andrews se excedió en sus aseveraciones, su argumentación era certera. La escasa población de ballenas grises sobrevivió al fin de siglo elusiva a los ojos humanos, y exiliada de sus antiguas zonas de congregación y crianza. En contraste, sus descripciones proliferaron.

El capítulo cinco es una descripción extraordinaria por exacta, de la caza de ballenas grises realizada en la Bahía Margarita (hoy llamada Magdalena) en la península de Baja California:

Eran las dos y media cuando el arponero de la primera embarcación se puso en disposición de herir a la ballena. Ésta, que jugaba con su ballenato, no le había visto aún, cuando el arpón atravesó el aire… La ballena, acometida entonces de un acceso de furor, convirtióse en un animal de los más terribles. Su cola agitaba el agua, que saltaba como una tromba. El animal se precipitó contra la piragua, sin que fuera posible evitar su ataque. En vano los marineros intentaron lanzar contra ella un segundo arpón, en vano procuraron herirla con las lanzas, en vano los oficiales descargaron contra ella sus escopetas de bomba.

El comienzo de las leyendas

Verne, que nunca pisó la costa americana, en su ficción narra el temor de los marineros ante el rumor de la existencia de un misterioso monstruo marino de grandes dimensiones e insaciable apetito, el cual sería el responsable de la escasez de ballenas en las bahías del Norteamérica. La parodia a la superstición de los marineros revela un trasfondo perverso: el monstruo sin nombre existía, pero no correspondía al mar su naturaleza.

Los relatos de ballenas grises dieron paso a algunas leyendas. Lentamente, los nombres con los que la criatura era llamada por sus antiguos verdugos fueron borrados. Pero aún abundaban los huecos en esa historia.