Durante los Juegos Olímpicos de Ámsterdam 1928, dos corredores de origen rarámuri estuvieron presentes en dicha competencia como parte de la prueba de 42 kilómetros: para ellos, correr va más allá de ganar medallas o premios, pues lo hacen para honrar sus raíces y porque es parte de su cultura
La memoria histórica de México cuenta con grandes historias que han sido traídas de nuevo a la luz, donde se cuentan los pasajes de momentos que marcaron precedentes en el desarrollo del país. Entre los recuerdos, hay uno que suele perderse entre los demás y con motivo de los próximos Juegos Olímpicos, existe un capítulo poco conocido del que no muchos saben: el día en que dos corredores rarámuris participaron en los 42 kilómetros de Ámsterdam 2024.
Juegos Olímpicos 1928: la comunidad rarámuri presente en los países bajos como competidores
Durante la época de 1910, México permanecía como uno de los países que no conocía la gloria en las Olimpiadas tras distintos eventos históricos que dejaron a una nación destrozada como lo fue la Revolución, dedicándose a reconstruir a una sociedad quebrantada por la guerra y dejando de lado aspectos como el deporte.
En la desesperación por obtener medallas a como diera lugar en los Juegos Olímpicos, México comenzó a poner la vista en la comunidad rarámuri, un pueblo indígena de la Sierra Tarahumara que desde siempre han sido conocidos por ser grandes corredores. Los “de pies ligeros” representaron una esperanza para el país, pues sus habilidades para recorrer grandes distancias los hacían posicionarse como competidores invencibles.
Los rarámuris han hecho carreras que van más allá de los 200 kilómetros, por lo que al Comité Olímpico Mexicano le pareció que hacerlos participar en la prueba de los 42 km sería más que fácil para estos dos hombres, así que no dudaron en mandarlos a la capital de Países Bajos en 1928, haciéndolos parte de los representantes del país en el atletismo de los Juegos Olímpicos.
Un resultado no esperado cambió la perspectiva acerca del por qué los rarámuris corren
Aunque la comunidad rarámuri hoy en día continúa corriendo, lo hacen de manera diferente a como solían hacerlo hace varios años atrás, pues muchos y muchas deciden no hacerlo descalzos o cambiar los huaraches por tenis, pero en 1928, se mantenían fieles a no portar ningún tipo de calzado a la hora de correr: en los Juegos Olímpicos, fueron obligados a utilizar tenis porque así lo establecían las reglas de la competencia, por lo que la incomodidad estuvo presente en todo momento.
Cuando se les dijo que debían parar a los 42 km, exclamaron que se trataba de un trayecto demasiado corto, pues acostumbraban a correr distancias mucho más largas. Los dos hombres finalizaron la carrera en los lugares 32 y 35, causando sorpresa entre todo el mundo al haber sido catalogados como los corredores natos debido a su origen. Posteriormente, en 1968, quisieron intentarlo de nuevo, pero el resultado fue similar, por lo que dejaron de forzar la participación de los rarámuris en Juegos Olímpicos.
Si bien la comunidad ha competido en certámenes a nivel internacional, las personas continúan confundiendo y minimizando la realidad del por qué deciden correr: más allá de las medallas, los premios y el reconocimiento, son corredores natos, pero lo hacen por su cultura, para honrar a sus raíces, a la madre tierras y conectar con su pasado. No se trata de correr rápido, sino de recorrer grandes distancias, entendiendo que para ellos va más allá de un deporte, pues tiene se trata de una tradición que los representa y que los hace felices.
Con información de Vice, La Crónica y Sin Embargo
